Chap.5
Una escena del Gordo Tabacoso
(Adictos)
“…El Padre Gordo Tabacoso con sus gafas de pasta resbalándole por la nariz quema un poco de cannabis. El Padre con su traje oscuro, marcando michelín, hace aparecer pompas en la palma de su mano izquierda. Tiene una de esas barrigas que uno se queda mirando por la calle. Quema cannabis con su pantalón de color negro que ni de lejos disimula sus muslos rollizos, de recién nacido. Es como uno de esos bebes monstruosos de las noticias que pesan demasiado al nacer, que están predestinados a pasar una vida en la que su volumen molesta al resto de la gente en la cola del cine o dentro del metro. Con la piel tan sonrosada que parece salido de un bote de salchichas, a medio cocer, se lleva el canuto a la boca y balbucea entre dientes:
-Si lo miras bien, todos queremos darle pena a la gente.
Le prende fuego y se mete la bolsita de plástico en la que guarda la droga en un bolsillo de la chaqueta negra con alzacuellos. Se ha quedado sin filtros, así que, lo primero que hace es toser con su tos de tubo de escape atascado y me suelta:
-Es una forma de manipulación muy sencilla.
Ahora mismo, mientras se fuma el porro, es un hombre construido con neumáticos medio desinflados. Uno encima de otro. Hasta que una cabeza demasiado pequeña para un cuerpo así sobresale del último, se alza, y me mira a los ojos.
-La gente quiere escuchar lo desgraciado que eres o cuánto has pecado. Eso les libera de sus demonios y les hace sentirse más amables y comprensivos. A los sacerdotes se les ve así no por ser discípulos de Cristo, si se les considera Personas No Juzgantes es precisamente por toda la mierda que tienen que escuchar. Nadie que no fuese tan bondadoso podría con eso.
Me cuenta que alguna vez ha pensado en ordenarse sacerdote sólo por el hecho de oír a la gente confesarse.
Lo de ser cura es una de sus etiquetas. De sus adicciones. Colarse en los confesionarios de las iglesias de barrio a escondidas y confesar a la gente. Escuchar, me dice, que una cuñada se ha tirado al marido de su hermana te hace mejor persona. Escuchar que alguien es marica y que le gusta que le den por el culo y que su padre le mata si llega a enterarse te hace mejor persona. Me dice que te sientes mejor persona cuando no eres tú el que has abandonado a tu madre en una residencia a trescientos quilómetros por su bien.
A veces llega a excitarse. Sobre todo, los lunes. Los fines de semana, me dice el Padre Gordo Tabacoso, se le hacen eternos esperando llegar el lunes al despacho, sentarse y que cada uno de los pajaritos de Dios vayan llegando con sus blocs de notas llenos de pecados. Dispuestos a cantarle todo.
-Qué hijos de puta.
Al principio me daba vergüenza ajena estar sentado con él en un sitio público. La atracción de gabinete de variedades. La presencia por exceso de cualquier fiesta. El espécimen a observar. Eso, cuando todos tus amigos andan follando a diestro y siniestro mientras tu te vas a casa a meneártela. Eso, con treinta y dos años, sólo hay dos formas de llevarlo. El Padre me dice que es la postura más inteligente cuando descartas abrirte las venas. El mundo nunca está preparado para un ataque terrorista ni para una crisis económica ni para un maremoto en la costa de California, pero está dispuesto a creer que un tipo de ciento veinte kilos tiene un problema hormonal incurable sólo porque él lo dice. Que es sacerdote de los Franciscanos sólo porque él lo dice. Que pueden ir en paz, absueltos y queridos sólo porque Dios lo dice.
El mundo cree cualquier cosa que le digas antes que cualquier consecuencia que derive de sus actos. Es eso lo que hay que aprovechar según él. Eso y que tus padres sean los jefes de psiquiatría y pediatría de un hospital para que nunca te falte el dinero si la cosa sale mal.
Me cuenta que, si dispones de efectivo e inteligencia suficiente, si eres observador y atiendes a los pequeños detalles, puedes pasar por el Primer Ministro Británico si te lo propones. Así de fácil. Y me cuenta su primer día como Franciscano:…”